En economía y en otras ciencias sociales se estudia la diferencia que hay entre riesgo e incertidumbre. El riesgo conlleva la posibilidad de asignar probabilidades a distintas alternativas, de forma que las personas actuarán según sean más o menos amantes del riesgo. Por el contrario, en las situaciones de incertidumbre no se pueden asignar dichas probabilidades, es decir, la incertidumbre se caracteriza por ser imprevisible y muy difícil de evaluar.
Si algo caracteriza al escenario internacional, máxime tras los atentados de París, es la incertidumbre. No sabemos qué va a pasar ni qué deriva van a tomar los acontecimientos. Por ello, resultaría totalmente prematuro cuantificar los efectos que pueden tener dichos atentados sobre la situación económica internacional. Lo único que es evidente es que esa incertidumbre va a ralentizar claramente la toma de decisiones de los inversores y va a deteriorar el clima de confianza del consumidor.
Si todos somos conscientes de que vivimos en un entorno caracterizado por la volatilidad, la rapidez de los cambios y la incertidumbre, ahora hay que añadir un factor adicional que es el miedo. El miedo se ha instalado en nuestras sociedades y el miedo es especialmente negativo para muchos ámbitos y actividades. Posiblemente, el más evidente sea el turismo y los movimientos de personas, uno de los aspectos claves de la globalización. En este caso, además no estamos ante un juego de suma cero en el que unos países se benefician en detrimento de otros. Esto es así porque los países afectados son, fundamentalmente, los occidentales, que son los principales emisores y destinatarios del turismo internacional. En la medida en que el turismo es el consumo de no residentes, un impacto negativo sobre los movimientos de personas a nivel mundial conllevará unos efectos negativos sobre múltiples sectores que van desde los hoteles hasta los restaurantes pasando por las compañías aéreas, las marítimas o en general los sectores del ocio y de bienes de consumo. Si el turismo es tremendamente sensible al miedo y la incertidumbre, no lo son menos los mercados financieros y las decisiones de ahorro de los individuos. Fue Keynes quien determinó que uno de los principales motivos de ahorro de los individuos viene determinado por la precaución, es decir, por la necesidad de los individuos de protegerse frente a contingencias imprevisibles. En este contexto, el escenario actual favorece la inversión en activos refugio como puede ser el caso del oro, ciertas materias primas y productos energéticos o la renta fija y las divisas de países menos afectados por el actual clima de confrontación. En este sentido, no puede olvidarse que buena parte de la tensión actual se concentra en una región productora de crudo. Cualquier posible incremento de los precios energéticos es una fuente de ralentización de las tasas de crecimiento de la economía mundial, especialmente de los países que más dependen del suministro energético exterior, todo ello en un contexto que ya estaba dando muestras de debilidad.
Si tanto el turismo como los mercados financieros y la energía se ven afectados de manera implícita, hay dos sectores que se van a ver afectados de manera inmediata: las telecomunicaciones y la seguridad. En un mundo en continua transformación digital, acontecimientos como los del viernes 13 de Noviembre acentúan el control de las telecomunicaciones y el refuerzo de las medidas de seguridad. De hecho, si a alguien puede beneficiar el actual entorno, y ya es triste decir esto, es a las empresas vinculadas al mundo de la seguridad. En todo esto, hay una variable que no solemos considerar y que tiene un valor económico evidente. Me refiero al tiempo. Como ya anticipó Benjamin Franklin, time is money. ¿Se imaginan el coste de todo tipo que se generaría si se estableciera la actual dinámica de control de los aeropuertos a otros medios de transporte o a los centros comerciales o de ocio?
A este coste derivado de un empleo menos adecuado de un bien escaso como es el tiempo habría que añadir el riesgo adicional de aumento de las barreras proteccionistas para la circulación de bienes, servicios y personas. La incertidumbre y el miedo son el caldo de cultivo perfecto para frenar la actual globalización. En definitiva, malas noticias para el bienestar de la mayoría de la gente. Obviamente, los efectos dependerán de en qué medida estemos ante algo coyuntural o estructural. Lamentablemente, demasiados factores apuntan a que la incertidumbre ha venido aquí para quedarse y lo que suele llevar asociada no es demasiado bueno.
Autor: Enrique verdeguer puig
Webgrafia: www.eleconomista.es