Las últimas noticias sobre la previsible anexión de Crimea por parte de Rusia parecen haber subido la temperatura de un conflicto cuyo final es todavía incierto. Parece que vuelve la Guerra Fría. Crimea es una república autónoma de Ucrania, la cual tiene a su vez dos ciudades con estatutos especiales: Kiev y Sebastopol; lugar éste donde reside la flota rusa del Mar Negro, que se mantiene allí bajo un contrato de arrendamiento por veinte años firmado en 1997 entre el Gobierno ucraniano y el ruso. Una extraña situación, ya que Sebastopol, aunque ubicada en la península de Crimea, no pertenece administrativamente a esta.
Primera circunstancia que viene a explicar una de las causas del conflicto ucraniano. Un típico problema geoestratégico: la capacidad naval de Rusia cara al Mediterráneo, que, de perderse, postergaría a Rusia a ser una potencia de segundo orden dada la presencia de las fuerzas de la OTAN en toda la periferia del Mar Negro, cuya vertiente sur está dominada por Turquía, y el oeste por Bulgaria y Rumanía.
El segundo aspecto del conflicto tiene que ver con la energía, que es el pulmón económico de Rusia, hoy el mayor exportador de gas natural y del segundo exportador de petróleo; lo que supone para Rusia alrededor de la mitad de sus ingresos, el 60% de sus exportaciones y cerca del 30% de su PIB. Una economía excesivamente dependiente de los recursos energéticos, que sitúa a Rusia en un alto grado de inestabilidad, y explica, desde otra óptica, los problemas en Ucrania.
Y es que Ucrania, con el entramado de gaseoductos que la atraviesan, es el paso del gas ruso hacia Europa; de aquí la importancia estratégica que tiene para los intereses económicos rusos. Desde Ucrania llega el 36% del gas consumido por Alemania, el 23% que necesita Francia, y el 27% de Italia.
Una compleja infraestructura de múltiples entradas y salidas que alcanzan también el Mar Negro a través de la península de Crimea cerca de Sebastopol. Enlace esencial para mantener con vida a la flota rusa en ese punto. Un lugar que fue en su día el escenario de la Guerra de Crimea que enfrentó, a mediados del siglo XIX, a franceses y británicos con el Imperio Otomano, para ser después, en Yalta, donde se cerraron los acuerdos de Churchill, Roosevelt y Stalin que conformaron la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y que después, en 1994, fue lugar de un acuerdo -el llamado Memorando de Budapest- entre Ucrania y Rusia, mediante el cual Ucrania acordó destruir su capacidad nuclear a cambio de que Rusia aceptara la integridad de su territorio, cosa que como se ha visto repetidamente no ha sucedido.
Una circunstancia donde, desgraciadamente, la OTAN tiene poco que hacer, ya que la capacidad militar de Rusia en ese área hace imposible cualquier movimiento de hard power. Una vuelta a la Guerra Fría como hemos dicho, donde nada impedirá que Crimea quede totalmente controlada por Rusia.
Volviendo al petróleo y, sobre todo al gas, existe otra circunstancia que añade aún más tensiones en la zona. Se trata de las bolsas de gas encontradas al oeste y al sur de Ucrania. Un país que tiene bajo sus pies, según se asegura, el 25 por ciento de las reservas mundiales de gas natural, cuya explotación está hoy en manos de grandes multinacionales. Este es el caso de la compañía americana Chevron, que firmó un acuerdo en noviembre pasado con el Gobierno presidido por el depuesto presidente Viktor Yanukovich para explotar las reservas del campo de Olesska durante un período de 50 años. Un contrato que implicaría una inversión cercana a los 10.000 millones de dólares, donde se asegura que podrían extraerse más de 350.000 millones de metros cúbicos anualmente. Una cifra que, a precios de hoy, supondría unos 2.000 millones de dólares anuales para las arcas ucranianas.
Pero esto no lo es todo: Exxon Mobil y la Royal Dutch Shell firmaron también sendos contratos con ese mismo Gobierno para explotar otros campos gasistas. Al igual que lo ha hecho la italiana ENI. Unas explotaciones que se encuentran principalmente en las aguas controladas por Crimea, y que pueden quedar, como algunos dicen, en el limbo. Una pérdida que dejará a Ucrania en una compleja situación política y económica, ya que el principal yacimiento -Skifska- se extiende desde Crimea hasta el borde que limita con Rumanía. Un yacimiento que sumado a otro que se encuentra en la misma zona -Foros- podría reducir en un 20% el gas que importa Ucrania de Rusia. Algo que la compleja situación actual dejará sin efecto, pues alejará a cualquier inversor de la zona. Un enorme desastre para Ucrania que, además de perder Crimea, se verá en las manos del gigante ruso por muchos años.
¿Qué pueden hacer Europa o los Estados Unidos para contener a Rusia? Muy poco. Las veladas amenazas contra el presidente Putin tendrán poco efecto, y la diplomacia poco podrá hacer para revertir la situación cuando Ucrania, de un lado, y Crimea, de otro, son las claves estratégica y económica de Rusia, que no dejará que nadie le imponga otras condiciones distintas de las suyas. Una situación que debería replantear la estrategia energética de la Unión Europea para hacerla menos dependiente del gas ruso. Un hecho en el que España, si lo sabe jugar, tendría mucho que ganar como paso obligado del gas procedente del norte de África, aspecto donde Italia es también un interesante jugador.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.
elEconomista.es 14/03/2014