Hace unas semanas, nos visitaron unos amigos que hacía mucho que no veíamos. Conversando sobre cómo nos había ido, le preguntaron a mi esposo, Alejandro, sobre su nueva empresa.
Alejandro agachó la cabeza y se encogió de hombros.
"Con altibajos, sabes. El dinero viene y se va. Muchos problemas", rezongó. Nuestros amigos se miraron entre sí, evitaron hacer contacto visual con nosotros e incómodamente cambiaron de tema. Noté que temían haber puesto el dedo en la llaga.
Entonces, intervine.
"¡Su compañía anda muy bien!", exclamé. "Mucho mejor que sus proyecciones. Está haciendo un trabajo estupendo. Este tipo es extraordinario", dije señalando a mi marido, quien se veía completamente mortificado y se escabulló para cambiar la música.
Durante toda la noche quise darle un sermón a Alejandro, y cuando se fueron, lo hice
"¿Por qué no les contaste a nuestros amigos cómo está yendo tu empresa? Les diste la impresión de que está horrible cuando en realidad anda muy bien", me quejé.
Resulta que él estaba igual de molesto por la forma en que yo había respondido.
"Suena como si estuvieras fanfarroneando. No quiero hablarle a la gente como si fuera súper exitoso y estuviera ganando un montón de plata", explicó.
El tema del dinero es tan divisivo en tantos matrimonios que me alivia saber que Alejandro y yo tenemos mucho en común. Pero este incidente me hizo pensar en un aspecto de la relación que no se toca mucho: la diferencia en cómo hablamos sobre nuestro estatus financiero con el mundo exterior. Me di cuenta que mi esposo y yo nunca llegamos a un acuerdo sobre lo que nos gustaría revelar, u ocultar, sobre nuestra situación económica. En cambio, normalmente nos fastidiamos al hacer lo que a cada uno le parece razonable.
Un ejemplo de esta tensión se da durante nuestros viajes anuales a Uruguay, el país natal de Alejandro. Cuando llegamos allí, me niego a dormir en el piso de las salas de estar en las casas de nuestros amigos o en hoteles baratos como quiere hacer él. Por eso, después de insistir, hemos rentado grandes departamentos o acogedoras casas en la playa. Ante la constante oposición de Alejandro, hemos tenido muchas discusiones. Su objeción: "La gente acá pensará que tenemos más dinero que ellos".
Conozco a muchas personas que tienen más plata que yo, y de todas formas me agradan, le respondo. Siempre me ha costado entender cómo esto puede ser un problema.
Por otra parte, me parece muy frustrante cuando oigo a Alejandro contar todas sus preocupaciones y temores sobre la empresa a mi papá, sin compartir los aspectos positivos y los triunfos. Mi padre, un ex corredor bursátil, ama los negocios y está muy entusiasmado con la empresa de camiones de Alejandro. Lo acompaña a inspeccionar los vehículos, les pregunta a los conductores sobre su vida y calcula los gastos de combustible. Fantaseo con que un día Alejandro llame a su suegro y comparta la noticia de un mes excepcional. Pero seamos realistas, Alejandro no podría imaginar algo más embarazoso.
***
Ante la gran frecuencia de "¿cómo anda la empresa?", decidimos conversar detenidamente sobre nuestras posturas y crear algunas reglas.
En Uruguay, me explicó Alejandro, el mayor elogio que uno le puede dar a una persona es decir que "tiene un perfil bajo". De los ricos, agrega, se piensa que han estafado o engañado a alguien en su camino a la riqueza y a menudo se los ve con suspicacia. Por lo tanto, los uruguayos con frecuencia se esfuerzan por asegurarle a uno que están quebrados y que todo anda mal. A veces me asombra ver que en Uruguay, siempre que alguien deja escapar algo positivo sobre su vida, de inmediato dice "por suerte".
La situación no podría ser más diferente en Estados Unidos, le dije a Alejandro, mientras le explicaba el significado de "poor-mouthing" (cuando alguien se queja constantemente sobre la falta de dinero, a menudo como excusa o defensa) y lo mal visto que está en esta cultura. El éxito es una expectativa tan profundamente arraigada en esta sociedad que odiamos preocupar a nuestras familias y amigos con nuestras confesiones de penurias. Cuando les indico a mi familia y amigos que nos va bien y que todo está calmo en el frente financiero, no siento que estoy haciendo alarde de ello sino que los estoy tranquilizando.
Ambos admitimos que hablar de dinero es en general de mal gusto y que sería mejor evitarlo de ser posible. Alejandro aceptó que al hablar de su empresa con nuestros amigos más cercanos y nuestra familia, será más transparente y optimista cuando los hechos lo justifiquen. Entre los uruguayos, prometí ser más respetuosa del patrón oro del "perfil bajo": me hospedaré en uno o dos hoteles baratos en Uruguay y me aseguraré de no pintar de rosa nuestra vida.
Y si alguien pregunta cómo nos está yendo en general, voy a tratar acordarme de mostrarme un poco menos entusiasmada y Alejandro un poco más. Es un punto medio feliz. Por suerte.
Por KATY MCLAUGHLIN
http://online.wsj.com/article/SB10000872396390444270404577607512008583008.html?mod=WSJS_inicio_MiddleTop
martes, 28 de agosto de 2012
lunes, 20 de agosto de 2012
Si el Dow Jones está en auge ¿por qué hay tantas caras largas?
Por JONATHAN CHENG
W.S.J.
Las acciones estadounidenses están a un paso de alcanzar su nivel más alto en casi cinco años, un logro que debería dejar contentos a los inversionistas. En lugar de celebrar, sin embargo, el mercado ha reaccionado con escepticismo y apuntado a las señales de debilidad económica y las dudas acerca de si la Fed emprenderá una nueva ronda de estímulo monetario.
El Promedio Industrial Dow Jones ha subido durante las últimas seis semanas y acumula un alza de 9,7% desde inicios de junio. El indicador cerró la jornada del viernes en 13.375,20 puntos, quedando muy cerca del máximo de diciembre de 2007.
Sin embargo, las ganancias han sido recibidas con desdén. Algunos estrategas aseguran que la economía estadounidense sigue siendo frágil y que el crecimiento de las ganancias de las empresas pierde potencia, razones por las cuales las acciones no deberían estar tan arriba. Los analistas técnicos señalan que la racha positiva del mercado es insostenible y los inversionistas han mostrado su rechazo al retirar dinero de los fondos mutuos de renta variable.
Los flojos volúmenes de transacciones y las persistentes salidas de capital sugieren que pocos inversionistas están ansiosos de entrar al mercado. La piedra angular del reciente auge, según muchos analistas, es la creencia de que la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) anunciará una nueva ronda de relajación cuantitativa para estimular la economía, posiblemente en septiembre. Algunos inversionistas también apuestan a que el Banco Central Europeo inyectará dinero al sistema financiero de la región.
No obstante, esa creencia acarrea ciertos riesgos, asegura Gina Martin Adams, estratega de valores de Wells Fargo Securities, quien asegura que la economía estadounidense está mostrando señales de mejoría, un factor que podría hacer que la Fed retrase su intervención. "Este auge parece un poco prematuro", dice Adams. "Se funda en la idea de que la Fed nos rescatará".
La semana pasada, Adams redujo sus expectativas para el índice de acciones S&P 500, citando una desaceleración del crecimiento y un "tono negativo" por parte de las propias compañías. Si la Fed no anuncia nuevas medidas, las ganancias de las últimas semanas se desvanecerían rápidamente, observa.
A su vez, en septiembre aparecerán nuevos obstáculos en Europa, incluyendo un dictamen del tribunal constitucional alemán sobre la legalidad de la participación del país en el rescate de la zona euro.
En los últimos años, las alzas del mercado bursátil han llamado menos la atención que los declives, en parte porque ocurrieron de manera más paulatina. Además, cada auge ha terminado en un desplome conforme las preocupaciones macroeconómicas, desde la crisis de la deuda europea hasta la debilidad de la economía estadounidense y la desaceleración de China, vuelven al primer plano.
En los primeros cuatro meses del año, por ejemplo, las acciones subieron 8,6%. Sin embargo, esas ganancias fueron borradas en apenas cuatro semanas a medida que Grecia y España quedaron al borde de salir de la zona euro.
A eso se debe en parte que los volúmenes de transacciones de acciones estadounidenses hayan caído de 7.800 millones al día en 2011 a 6.800 millones este año, según el equipo de estrategias de corretaje del banco de inversión Credit Suisse. Cerca de US$70.000 millones han sido retirados de los fondos mutuos de acciones a largo plazo estadounidenses en lo que va del año, según Investment Company Institute.
Muchos inversionistas fueron escépticos respecto a las acciones por un largo tiempo después de la crisis financiera de 2008, quedándose al margen del repunte del Dow Jones, que más que duplicó los mínimos que alcanzó en marzo de 2009.
De todos modos, los estrategas y analistas pesimistas ofrecen pruebas de su cautela. Pese a que el Dow se ha recuperado, el precio del cobre, un barómetro de la actividad económica global, no ha registrado ganancias en lo que va del año y se ubica 14% por debajo de su máximo de 2012. El índice de referencia de Shanghai ha caído 3,8% este año, una señal de las dudas en torno al desempeño de la economía china.
El índice Russell 2000 de acciones de baja capitalización y el Promedio de Transporte Dow Jones, que sigue a acciones de ferroviarias y navieras, están rezagados frente a los índices de referencia. Estas acciones normalmente deberían estar a la vanguardia, dicen algunos analistas.
Además, menos acciones de lo normal han alcanzado sus puntos más altos en tres y 12 meses, en comparación a auges anteriores, lo que sugiere que las ganancias están siendo impulsadas por un pequeño grupo de empresas en vez de un grupo más amplio del mercado.
"Lo importante es la participación", señala Chris Verrone, director de análisis técnico de Strategas, en Nueva York. "Los mercados alcistas saludables se asocian habitualmente a la apreciación de muchas acciones, pero acá unas pocas empresas están haciendo el trabajo pesado", afirma.
viernes, 17 de agosto de 2012
La estrategia de espera de Bernanke
August 17, 2012, 12:03 a.m. ET
Por PAUL VIGNA
W.S.J.
A pesar de todo el alboroto en el mercado en torno de la posibilidad de una tercera ronda de relajación cuantitativa (conocida en inglés como QE3), la cual ha sonado casi desde que la QE2 terminó el año pasado, hemos estado remachando sobre puntos contrarios: que la Fed no quiere poner en marcha otro gran programa de compra de bonos, y no lo hará a menos que se vea obligada a hacerlo.
Hay nubes de tormenta en el horizonte que bien podrían forzar al banco a "hacer algo", pero todavía están a suficiente distancia. Lo que significa, como aseguró Jan Hatzius de Goldman Sachs sería mejor no apostar a que habrá una ronda de QE3 en septiembre.
Si usted cree en la veracidad de la reciente avalancha de datos, si usted cree que la economía no se dirige a una recesión, si usted piensa que puede salir ileso y, bueno, si su nombre es Ben Bernanke, tiene entonces un dilema en sus manos.
El desempleo está alto, obstinadamente alto. El crecimiento de los salarios está estancado. El PIB del segundo trimestre no fue bueno (aunque es cierto que fue revisado al alza) y el tercer trimestre se perfila como otro período en el que no se ganará velocidad.
No es que Bernanke se ha sentado sobre sus manos. Lejos de ello. El presidente de la Fed ha mantenido las tasas de interés pegadas al suelo desde hace ya cuatro años. Ya ha lanzado y cerrado dos enormes programas de compra de bonos, QE1 y QE2. Y está ejecutando un nuevo programa ahora mismo, la Operación Twist, vendiendo deuda a corto plazo y comprando a largo plazo. Ha dirigido intercambios con bancos centrales y abrió la ventanilla de descuento tanto como era posible.
Bernanke ha hecho mucho, muchísimo, y hay serias dudas sobre los beneficios de otro programa en comparación con los riesgos.
Ese último punto es la razón por la cual Bernanke ha sido tan reticente a actuar. La mera sugerencia de que va a actuar ha sido bastante efectiva últimamente —basta mirar el mercado de valores—, de modo que ¿por qué apretar el gatillo cuando el mercado está satisfecho con sólo saber que hay alguien que puede hacerlo?
He aquí el verdadero dilema: digamos que usted es el presidente de la Fed. Lanzaría otro programa de QE en septiembre, incluso si no es obviamente necesario; o esperaría hasta tener algo en el tanque en caso que esas nubes de tormenta en el horizonte —la ruptura del euro, EE.UU. dirigiéndose al precipicio fiscal— ganen velocidad y se transformen en un aguacero justo sobre nuestras cabezas.
¿Intentaría adelantársele a los problemas y arriesgarse a desperdiciar valiosos recursos o esperaría?
"Ahora pensamos que lo más probable es que la QE3 será aplazada hasta el año próximo", escribió Chris Low, de FTN Financial. Al menos algunas personas en el mercado de bonos están de acuerdo, dado el aumento en el rendimiento a 1,80% de los bonos del Tesoro a 10 años. También el mercado del oro, el resguardo favorito de todo el mundo contra un dólar débil se ha estancado en torno de los US$1.600 la onza.
El contexto en el que estamos se va a mantener en tanto creemos que Bernanke va a esperar para apretar el gatillo cuando tenga la absoluta necesidad de hacerlo. Si puede aguantar hasta que la economía dé un giro hacia la recuperación, incluso mejor. Lo que significa que tendrá que apelar a la fuerza de su autoridad tanto en la cumbre de Jackson Hob como en la reunión del FOMC de septiembre.
Y ahora, ¿qué debe hacer el BCE? Esa es un asunto totalmente diferente.
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